Sigo en Pekín, donde se toma la cerveza caliente y se sirve el vino con cubitos de hielo. Donde, desde que acuchillaron a un norteamericano, han desparecido por decreto ley los sables de acero de los anticuarios y han ocupado apresuradamente su lugar imitaciones de madera. Y, en esta capital, a pesar de los pesares, todos los días me emociona la proeza de algún deportista. O los ojos marrones de Cindy Crawford, a la que cometí el error de conocer. Ahora, cada vez que escucho tras de mí un ruido, me sorprendo girando la cabeza y susurrando la misma pregunta a un chino desconcertado: ¿Cindy?, ¿eres tú? Es el eco de la esperanza. La prueba de que, más allá de países y comités, al mundo lo mueven sonrisas, atardeceres y centésimas de segundo arrancadas a un cronómetro. Emocionarse es gratis; si no, los parias estaríamos prohibidos.”
Así, se han escuchado voces críticas con el régimen dictatorial chino y con la falta de libertad que le caracteriza. Incluso se planteó un posible boicot a los Juegos que, evidentemente, resultó testimonial. No nos engañemos: la ausencia de libertades en China es tan intensa ahora como lo era hace unos años cuando la candidatura de Pekín salió triunfadora y, si entonces la comunidad internacional no tuvo reparos para concederle la celebración de los Juegos, no iba a tenerlos ahora para asistir a ellos. Dicho esto, las reclamaciones de silencio sobre la realidad sociopolítica del país organizador porque ‘es la hora del deporte’, hieren la sensibilidad a todo el que siente la democracia y el respeto a lo derechos humanos como valores supremos. Entre otras cosas porque la pretensión de silenciar los aspectos punibles de la realidad china no responde, o no lo hace exclusivamente, a las coordenadas del espíritu olímpico.
Sucede que el gigante asiático no es un cualquiera en el concierto mundial. Además de disponer de armas nucleares, en el ámbito económico es el país líder en la recepción de inversión directa exterior -absorbe el 30% de las inversiones destinadas a países en desarrollo- y constituye un auténtico megamercado -1.300 millones de consumidores-, anhelado por las empresas de los países desarrollados. No en balde, la economía china es la más dinámica del mundo, si se atiende a su demostrada capacidad de crecimiento. Su PIB lleva cinco años consecutivos aumentando por encima del 10% -en 2007, lo hizo al 11,4%-, en tanto que las estimaciones para 2.008 apuntan a una moderación, pues el crecimiento se quedaría en ‘tan sólo’ un 10,8%. No está mal visto el comportamiento de las principales economías europeas en el segundo trimestre del año, en el que Alemania, Francia e Italia han visto disminuir su PIB, mientras que Reino Unido y España han tenido un crecimiento exiguo -0,2% y 0,1% respectivamente-. Ahora bien, el dinamismo conseguido por la economía china va acompañado de muchas e importantes sombras. Repasemos algunas.
Su milagro económico se apoya en un sistema político que prohíbe las libertades política y sindical, sin que existan instrumentos democráticos para canalizar la opinión pública de sus ciudadanos. Las variables que en las democracias modulan, condicionan o limitan la acción de un gobierno están completamente ausentes en China, donde el poder, basado en la estructura de partido único, con su burocracia y nomenclatura anejas, impone coactivamente sus decisiones sin posible oposición.
Sus logros productivos se basan en la ausencia total de cualquier respeto por los problemas medioambientales. No es ya que sus dirigentes no quieran oír hablar de los compromisos de Kioto, es que China es el segundo país del mundo en emisiones de dióxido de carbono, tiene 16 de 20 las ciudades más contaminadas del mundo y, en su afán productivista, ha acabado con todos los lagos que rodeaban la ciudad de Pekín -están todos drenados-.
Los triunfos de su desarrollo gravitan en la indiferencia de los dirigentes acerca de las condiciones de vida de gran parte de su población. Recordemos el masivo éxodo hacia las ciudades que se impuso a su población rural para forzar la rápida industrialización del país. Pues bien, las previsiones son que en los próximos 25 años, otros 400 millones de chinos van a ser obligados a dejar su hábitat en el campo para engrosar las filas de la nueva capa obrera industrial. Todo ello, además, sin mejoras significativas para la generalidad de los chinos, dado que su renta media se encuentra alrededor de los 2.000 dólares anuales -un 5% de la correspondiente a los norteamericanos-. Eso sí, habiéndose producido el rápido y espectacular enriquecimiento de una minoría dirigente, estrechamente vinculada al partido único, en lo que constituye una contradictoria desigualdad. Por último, es inevitable referirse a imposiciones difícilmente admisibles como las contenidas en la política china de (no) natalidad.
El éxito de sus exportaciones se cimienta en el uso de todo tipo de prácticas desleales. Son más conocidas las relativas a su comercio exterior, pero las constructoras españolas conocen cuántas grandes obras realizan las empresas chinas en ciudades portuarias. Curiosamente, con trabajadores chinos -presumiblemente presos- transportados desde China en barcos que, en el tiempo de la construcción, son su residencia y el único lugar que pueden ‘visitar’ además de la obra.
En función de lo expuesto, si el interés empresarial que despierta China para los países desarrollados es aceptado y aceptable, no lo es cambio que por ello se silencien las atrocidades de una brutal dictadura. Sería tanto como convertirse en cómplice de la misma.”
“El movimiento olímpico -dice la Carta- tiene por objeto contribuir a la construcción de un mundo mejor y más pacífico, educando a la juventud a través del deporte practicado sin discriminaciones de ninguna clase y dentro del espíritu olímpico, que exige comprensión mutua, espíritu de amistad, solidaridad y juego limpio.”
“Lo más importante de los Juegos Olímpicos no es ganar, sino participar; de la misma forma que lo más importante en la vida es la lucha, no el triunfo. Lo esencial no es haber conquistado algo, sino haber luchado bien.”, Barón Pierre de Coubertin (fundador de los Juegos modernos, 1894).