Por la tarde, reunión con parte del equipo de la editorial Planeta para el lanzamiento del libro Liderazgo Guardiola, que estará en librerías el próximo 16 de marzo. Ya se ha vendido, al parecer, más de un tercio de la primera edición y se va a publicar también en portugués. Buen comienzo. Y después, reunión con Mercè Feixas, Directora de APD Zona Mediterránea, para repasar actividades conjuntas.
El pasado domingo, en Eureka, el suplemento científico de El Mundo, leí un artículo de María Sánchez-Monge titulado Hay que tener mal genio para ser un líder. “La política es uno de los escenarios –que no el único- en los que la agresividad y los ataques de ira son algo cotidiano”. Parte de los desmanes del primer ministro británico Gordon Brown. Según el psiquiatra Javier de las Heras, se trata de un trastorno de la personalidad, de tipo narcisista (que afecta al 1% de la población). Se enfadan siempre que les llevan la contraria. Según Javier García-Campayo, psiquiatra del Hospital Miguel Servet de Zaragoza, “están acostumbrados a la erótica del poder”. Para él, existe una predisposición, pero el poder también transforma por los aduladores que le rodean.
Entiendo que algunos psiquiatras traten de arrimar el ascua a su sardina, pero lo que define a los líderes no es precisamente el mal genio, sino la capacidad de transformar una situación, de marcar la pauta, de hacer equipo, de infundir energía. Hemos creado partidos que siguen la ley de hierro, en el que políticos como los que menciona el artículo (Gordon Brown, Manuel Fraga Iribarne, Cristina Fernández de Kirchner, Hugo Chávez, John McCain…) sean conocidos por sus brotes de agresividad. Por cada uno de ellos, hay muchos que ennoblecen la política, que muestran serenidad, que tratan de integrar a los ciudadanos, que se definen por el autocontrol y el liderazgo de servicio. Nelson Mandela, y no Gordon Brown, como prototipo de líder.